“Este es el verdadero alimento de un poeta: otros poemas, no un pastel de carne”. Así dice Mark Strand en la entrevista que se publicó en las últimas páginas de Sr. y Sra. Baby. Y entonces que se sepa: un poeta come bellezas, bellezas poéticas: ¿qué come, entonces, cuando quiere escribir prosa? O en todo caso mejor, qué comió Strand para escribir este, su único libro de relatos. Tal vez algo alto en contenido ácido, tal vez algo tierno, tal vez delicadezas. Probablemente más relatos. Pero que comió, comió, porque está bien alimientado: los textos, vigorosos. Tienen la potencia y la capacidad expansiva del verso, sí, pero también tiene lo propio de la narración, esa capacidad mimética con la realidad. Y entonces los textos funcionan como una máquina, que es como todo texto debería funcionar. Se expande y se contrae, una respiración. Eso Strand lo aprendió de la poesía. Nacen y mueren: eso Strand no lo aprendió de la poesía. La poesía proyecta la eternidad y un relato, la finitud. Lo que acepta el paso del tiempo: eso es un relato. Entonces hay lugar para que un hombre se enamore cinco veces en su vida, para que un presidente de su discurso de dimisión en nombre de “la inmovilidad que habita el centro del hombre”, para que un general juegue a la guerra con soldaditos en su sótano. Pero después existirá, probablemente porque ningún autor puede escaparle a sus vicios, cierta pulsión por el infinito. Y entonces los textos de Strand, como un poema, exigen una y varias relecturas: el sentido, como en las mejores coplas, siempre viene después.