Veo una duplicación y me encantan las duplicaciones. Hablar dos veces de lo mismo. Que es lo que hace la poesía. Qué es lo que hace la poesía: hablar dos veces de lo mismo. Así que díganme ustedes si también ven una duplicación acá: Demoras en la General Paz. Más allá quizá de cualquier chascarrillo simpáticón (¿qué podría ser la General Paz sino una gran demora?), la idea: la poesía está duplicada en el título. Porque qué es la poesía sino demora y qué es la poesía sino la magna General Paz. Lo que circunvala. Lo que divide, lo que no está ni adentro ni afuera: ¿qué es la poesía sino una larga avenida donde nos sentamos a tocar bocina hasta aburrirnos?
Ahí creamos. Ahí creemos.
Es peligrosísimo, eso. Aburrirse. Estar con las manos en el volante y no tener qué hacer. Estar con los dedos en el teléfono, acompañante, y no tener ya de qué hablar. Entonces la poesía. Entonces aparece, a veces, para algunos. Para Otegui apareció. No sé si fue ahí, precisamente ahí, donde apareció (sentado, con las manos en el volante, con los dedos en el teléfono). Y de hecho no me interesa: me interesa que apareció. Y que los versos tienen el aroma del trabajo de la combustión y el aroma de un bocinazo. Y que tienen el ruido de una moto que pasa de costado y tienen el ruido del verano. Versos que están suspendidos, como la buena poesía está suspendida: el lector, el lector de poesías suspendidas, más que el auto en la General Paz es el asfalto de la General Paz. El que tiene que tener mil autos encima para entenderlos. El que tiene que sentir el tatuaje de las ruedas, constante, quietísimo, para figurarse qué es una rueda. Nosotros, los lectores, somos brea y arena que no tienen idea de nada más que de brea y arena. El resto del mundo, los autos por ejemplo, que son como versos o mejor como rimas, es un gran misterio al que accedemos por la repetición. Un auto atrás de otro atrás de otro atrás de otro. Como los poemas de Otegui: uno atrás de otro forman una gran escudería. Una tradición con tracción a petróleo, petróleo que ya pronto seremos: ¿nuestros huesos acaso no tienen la potencia química de los dinosaurios?
Así que versos como versos prehistóricos, desenterrados: Demoras en la General Paz propone un mundo tracción a verso que nunca puede avanzar. Y que está bien que no avance. Lo bello del movimiento mecánico de los autos es esto: no la máxima velocidad, sino la cadencia. Que el mundo no esté hecho de luces y flashes, sino del detalle, aquel detalle al costado del camino que solo podemos ver avanzando a dos por hora. Eso es la poesía: avanzar a dos por hora, demorados.
Patricio Cerminaro