Descripción
El narrador protagonista del libro de Mecca adopta una actitud digna de dos Airas que cita, La liebre y Embalse. Eso lo hace adquirir una gran energía. Una especie de energía artificial, por suerte. Como decía Aira en la contratapa de Ema la cautiva, él, César Aira, es de decisiones imaginarias rápidas. Y así es como el libro se consigna y madura sin perder juventud. A lo Gombrowicz. A lo Ferdydurke. Un espionaje de mitades que parecen no esperarse, que parecieran desesperar por no encontrarse, que es, en el fondo, el fondo mismo del espionaje, a quien poco debe ese diminuto o microscópico ejercicio que Anaïs Nin suplicó a The Doors, un espía en la casa del amor. No, el ejercicio Mecca en este caso es por un esfuerzo nobilísimo, aquel por el cual el escritor —el autor, el nombre— podría ser alcanzado a llamarse traidor, como un traductor de marras (…). Sobre carriles de mucha honra, a toda velocidad, Mecca parece haber presenciado todo, algo que no lo exime de escribir como lo hace.
Luis Chitarroni
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