Todo -incluso, también, la vida, tal vez- comienza con una advertencia. Barba lo hace. Nota introductoria. Página nueve, sin numerar. Dice el autor: “El biógrafo es siempre un exégeta por obligación de interpretar lo que admite muchos significados posibles, pero también -y sobre todo- por la de darle a la vida una forma y un sentido que casi nunca tuvieron”. Entonces allí vamos. Donde no había nada: todo. Como Guastavino. Hacer una cúpula de palabras. Que las palabras copulen, que fecunden, inventivas, diosas, una vida posible para Guastavino. Para Guastavino y Guastavino. Porque en la introducción tal vez faltaría una advertencia cortasiana: no ha de confundirse el pie con el pie, no ha de confundirse Guastavino con Guastavino.
Dos vidas para una continuidad. Así lo narra Barba. Quien quiera entender que entienda. Quien quiera leer que lea. Quien sepa leer que entienda y sino que entienda cualquier cosa: es premisa del texto la construcción colectiva de la Historia. La Historia como las infinitas biografía que se entrecruzan en ciudades posibles: Nueva York, telón de fondo de estas multitudes, de estos individuos. La idea borgeana: tomá puntos arbitrarios de una vida y escribirás su biografía. Tomá otros puntos y escribirás otras miles posibles: las mismas vidas. Guastavino como el migrante español que hace la América. Guastavino como el hijo del migrante español que hace la América. Guastavino como el susurro que viaja a través de una cúpula bien pensada pero nunca resuelta, como un susurro que viaja por la cúpula del mundo y que puede oírse, misterioso, en cualquier parte donde la compañía del tipo (de los tipos) haya puesto un pie.
Barba construye la historia como Guastavino y Guastavino hacen de ladrillos los sueños newyorquinos. Todo es un punto en común. Las historias van y vienen como van y vienen los destinos de estos hombres que solo saben hacer una cosa: hacer, hacer, hacer. “Para construir la modernidad”, dice el texto, “traer a Boston y Nueva York el sistema con el que se construyeron ‘los muros de mortero hidráulico de Babilonia, las bóvedas y cúpulas de los asirios, los persas, los árabes, los romanos, los bizantinos”. Guastavino y Guastavino diseñan la gran ciudad con la plastilina de la Historia. Y Barba construye sus biografías, en poco menos de cien páginas, con la ética de una sustancia química: todo lo moldeable se debe moldear. Toma de la mano al lector, como hizo Guastavino la tarde de la iglesia, y lo guía por un rompecabezas sin formas, donde todo encaja, donde todo puede encajar.
Patricio Cerminaro