Veo más complicaciones en la construcción de una ternura que de un amor. Cómo se postula una caricia, cómo acaricia una palabra: veo más dificultades en la producción de sutilezas que en lo descarado de lo waso, del desborde. Molano Vargas lo logra. Logra que veamos las mejillas sonrojadas sin tener que describirlas. Logra ver la gota de sudor que Felipe nunca larga cuando ve a Leonardo, porque eso es escribir: incompletar. Dejar librado, incluso librado al azar: el lector es un gran azar. Y en todo caso escribir es teledirigir: encapsular ternuras en guiones de diálogos. Molano Vargas lo logra. Que la gran conversación (porque Un beso de Dick es, más que nada, una gran conversación) fluya como fluiría, por ejemplo, el aire entre ellos dos. Que haya aire y que haya ellos dos y que haya capacidad para el fluir: con grandes recursos estéticos (narrativos, sí, conceptuales, sí, pero sobre todo estéticos) vemos, guiados por su mano invisible, una historia de ternuras que se construye sin terminar de construirse.
Porque eso es después de todo entrelazar los dedos. Como una novela se entrelaza con su lector. Como Felipe y Leonardo se entrelazan. Como nos entrelazamos vos y yo, ahora. Estar en un contacto latente: rozaduras que bien podrían separarse al mínimo desencuentro, porque todo contacto es condicional. Salvo estos, los incondicionales: los primeros amores. Los que quisieran agarrar fuerte (fuerte, pero fuerte fuerte) al otro para no soltarlo jamás. Así como los amores de verano, o los amores escolares que son como largos amores de veranos. Así como dice Felipe: “Me da risa: porque andamos tan prometedores que nos hemos prometido querernos hasta que la muerte nos separe: con eso tenemos asegurado querernos, por lo menos, hasta salir del colegio”. Porque es así: la gran novela de los amores adolescentes la escribió Molano Vargas en los 90 colombianos. Y se perdió como se pierden las cosas importantes. Enterrada por el tiempo. Dice bien al principio: “Cuando alguien se muere lo primero que hacen es enterrarlo. Pero no como se entierran los tesoros”. Y es verdad. Pero también puede pasar que la oscuridad transforme lúmpenes en faraones, que los dinosaurios se vuelvan pilar de las economías nacionales: puede pasar que un texto sea enterrado como las semillas libres a las que se las lleva el viento. Y que por gracia de un zapato que la entierra en el lugar indicado, de una tierra fértil, de una lluvia, florezcan: como las ternuras, como los besos. A veces simplemente sucede.
Patricio Cerminaro