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Guillermo Martínez recomienda «La hija del criptógrafo» de Pablo De Santis

En Mesa de Luz, una personalidad destacada de la cultura recomienda un autor, un libro o sencillamente un cuento al que prestarle atención.

Guillermo Martínez

Recomiendo “La hija del criptógrafo” de Pablo De Santis. Es una de las novelas de él que más me gustó. Pablo es además un lector que particularmente escribe con epigramas. Cada tanto en sus textos aparecen, dentro de lo que es el curso de la trama, un diálogo, una escena. Es como si se elevara y se abstrayera del texto en sí, para dejar un epigrama filosófico. Y a mí me fascina particularmente, cada vez que entro en uno de sus libros, encontrar esos lugares son para subrayar, que se elevan sobre el texto y dan una especie segunda lectura filosófica y simbólica sobre lo que escribe. Es un libro que he regalado mucho, es una de las novelas de él que más me gustan.


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Claudia Aboaf recomienda «antes del fuego» de Violeta Serrano

En Mesa de Luz, una personalidad destacada de la cultura recomienda un autor, un libro o sencillamente un cuento al que prestarle atención.

Claudia Aboaf

Me gusta la literatura que tiende un puente sensible hacia mundos más complejos. Cada tanto sucede y se abre el fondo de las palabras. “antes del fuego” de Violeta Serrano: “poeta migrante de una generación perdida” devela en este libro su agitación continua. Y es puente ella misma entre España y Argentina. Estira el cuerpo, el amor y teme “que el delirio no sea suficiente”. Podría, dice, en ese imperfecto posible o, hubiese, especula, pero luego se planta en cada presente. Mantiene abierto en los poemas, un prisma de opciones para reflexionar. En la tercera y última parte “La conquista de América” quiere ponerse a los pies de la verdad: “Europa le huele a residuos”. Y hay también, en este libro pequeño de editorial Índigo, párrafos acerca de cómo mirar las pupilas de España , cómo ser parte de la derrota, ser rubia en América, blanca en Tucumán, zurda en Atacama. Recomiendo.


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Sr. y Sra. Baby – Mark Strand

“Este es el verdadero alimento de un poeta: otros poemas, no un pastel de carne”. Así dice Mark Strand en la entrevista que se publicó en las últimas páginas de Sr. y Sra. Baby. Y entonces que se sepa: un poeta come bellezas, bellezas poéticas: ¿qué come, entonces, cuando quiere escribir prosa? O en todo caso mejor, qué comió Strand para escribir este, su único libro de relatos. Tal vez algo alto en contenido ácido, tal vez algo tierno, tal vez delicadezas. Probablemente más relatos. Pero que comió, comió, porque está bien alimientado: los textos, vigorosos. Tienen la potencia y la capacidad expansiva del verso, sí, pero también tiene lo propio de la narración, esa capacidad mimética con la realidad. Y entonces los textos funcionan como una máquina, que es como todo texto debería funcionar. Se expande y se contrae, una respiración. Eso Strand lo aprendió de la poesía. Nacen y mueren: eso Strand no lo aprendió de la poesía. La poesía proyecta la eternidad y un relato, la finitud. Lo que acepta el paso del tiempo: eso es un relato. Entonces hay lugar para que un hombre se enamore cinco veces en su vida, para que un presidente de su discurso de dimisión en nombre de “la inmovilidad que habita el centro del hombre”, para que un general juegue a la guerra con soldaditos en su sótano. Pero después existirá, probablemente porque ningún autor puede escaparle a sus vicios, cierta pulsión por el infinito. Y entonces los textos de Strand, como un poema, exigen una y varias relecturas: el sentido, como en las mejores coplas, siempre viene después.