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Franco Torchia recomienda leer a Antonio Lobo Antunes

En Mesa de Luz, una personalidad destacada de la cultura recomienda un autor, un libro o sencillamente un cuento al que prestarle atención.

Franco Torchia

«Me gustaría recomendarles leer al escritor portugués Antonio Lobo Antunes, que para mí es uno de los mejores escritores del mundo. Hay muchas novelas de él traducidas a diversas lenguas, también a la lengua española. Acá en general sus libros están publicados por Mondadori y puntualmente quisiera recomendar su novela «El orden natural de las cosas» que ya tiene más de 25 años. Lobo Antunes es una especie de eterno candidato al Nobel, es de esos nombres, como tantos otros, que todos los años vuelvan a sonar para obtener el premio. Quiero detenerme en él, me gustaría mucho que lo puedan leer. Estamos hablado de una escritura densa y de una literatura a mi juicio perfectamente hecha”.

Franco Torchia es graduado en letras (UNLP). Como periodista trabajó en Clarín, Revista Ñ y Fundación Proa. Desde 2013 conduce el programa radial “No se puede vivir del amor”, que se emite por La Once Diez.


Mi muerte, cuento de Antonio Lobo Antunes

Hablo poco. Hablo poco y cada vez hablo menos. En primer lugar porque me distraigo y olvido el tema de las conversaciones y en segundo lugar porque las personas no esperan que les responda sino que las oiga, lo que es fácil si asientes de vez en cuando y dices         

-Pues claro       

cuando me miran con las cejas levantadas a la espera de aprobación y aplauso. Me he hecho un especialista del         

-Pues claro       

que sé pronunciar por lo menos en veintitrés tonos diferentes según el humor y el ímpetu        (o la falta de él)        del interlocutor, y si me preguntan con sorpresa


-¿Pues claro qué?     

tuerzo la boca en una sonrisa enigmática y sutilmente aprobadora para que el otro, tranquilizado, deshaga sus dudas, me dé en el hombro una palmada satisfecha, suelte con alivio        

-Me di cuenta enseguida de que estabas de acuerdo conmigo      

y se lance a un relato sinuoso en cuya primera curva me pierdo, aunque vuelva a murmurar pensando quién sabe en qué         

-Pues claro     

en los intervalos de silencio que de vez en cuando me abren, destinados a mi admiración y a mi aplauso.          

Porque yo no puedo hablar        

(y no hablo)     

pero estoy de su parte, estoy siempre de su parte, y estoy de su parte por no haber escuchado nada y porque detesto argumentar, tener razón, opiniones, convicciones, motivos. Por eso me limito al         

-Pues claro       

y al asentimiento mudo. Concentrado. Fruncido el ceño. Fraternal. Algunas veces sustituyo esta forma de aplauso por un suspiro que significa       

-A mí me lo vas a decir        

o por el adverbio         

-Exactamente       

que al contrario de lo que se pueda imaginar es el más vago, el más inocuo y estimulante de los comentarios, aquel que posibilita a mi compañero explorar diversas variantes de su tema, cotejarlas, elegirlas, rechazarlas, enfrentar unas con otras, valorar su densidad y su peso         

-Exactamente        

que en general hago seguir de la frase         

-Ya te digo         

que hasta ahora se ha revelado como un éxito seguro. Por eso no comprendo lo que ocurrió la semana pasada, cuando Pedro me telefoneó y quedamos en la cafetería de al lado de la casa. Yo pedí un té de limón y él pidió un café y comenzó a hablar. Eran las tres de la tarde, sólo había un señor mayor resolviendo crucigramas en una mesita cerca del escaparate y el camarero limpiando botellas detrás de la barra. No comprendo porque me comporté como de costumbre. Dije         

-Pues claro         

asentí con la cabeza, esbocé la sonrisa enigmática, alentadora, murmuré en cuatro o cinco ocasiones         

-Ya te digo        

suspiré solidario         

-A mí me lo vas a decir         

Pedro me dio en el hombro una palmada satisfecha         

-Me di cuenta enseguida de que estabas de acuerdo conmigo         

y aproveché para añadir, pensando en Ana, en el cuerpo de Ana, en los besos de Ana         

-Si yo fuese tú haría lo mismo         

y no entiendo el  motivo que lo llevó a sacar el revolver y a pegarme dos tiros en el pecho.         

Me preocupa sobre todo que Ana se quede sola con los niños por tener a su marido en la cárcel. Me preocupa también no poder visitarla por estar aquí en el hospital conectado a este aparato sin poder levantarme. Es poco probable que vuelva a verla: el médico ha accedido a esperar a que mi hermana menor llegue del Fundao para despedirse de mí antes de desconectar el aparato.   

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