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Primera persona del singular – Haruki Murakami

Un escritor sin obsesiones es como un animal sin instinto, dijo una vez aquel. Y un animal sin instinto más que un animal es una máquina y entonces conflicto porque un escritor es también una máquina: será, entonces, una máquina con obsesiones. Como la vez aquella tan famosa en la que Casciari dijo que Messi es un perro, sin dudas provocativamente, pero con ciertos argumentos: bueno, esta vez puede decirse también que Murakami es un perro, tal vez provocativamente, pero con ciertos argumentos. Un perro obsesionado, un hueso, quiere su hueso, ¿el jazz? un hueso, ¿la nostalgia? un gran hueso, ¿los Beatles? otro hueso. O no, mejor no, mejor Murakami es como un pájaro, eso queda mejor, menos provocativo, menos argumentado, pero más bello: Murakami es como un pájaro porque siempre vuelve a su nido, porque no puede más que volver a su nido, Murakami es como un pájaro porque siempre vuela y no puede más que volar y vuela como si hubiera nacido para eso: Murakami escribe como si hubiera nacido para escribir, porque nació para escribir.

Y como la máquina que es, la máquina obsesa y rehén de su propio mito, construye las ficciones con sus mejores características: la relojería, los mecanismos, la precisión, las costuras, el ritmo y la arritmia, el tempo y el contratempo, la paradoja, la circularidad. Como el relato tal vez más logrado, Flor y Nata, el segundo de ocho, en el que un viejo encara a un muchacho -porque ahí tenemos otro ejemplo: el choque generacional como hueso- y le dije muchacho, piense un círculo sin circunferencia. Pero antes le dice piense un círculo con muchos centros, con infinitos centros. Y el muchacho va y piensa. Y piensa y pensará y no voy a arruinar nada si digo que no hay respuesta o que si la hay será, ¿qué?, ¿paradójica?, no, será más que paradójica, será circular, como el texto, como el círculo sin circunferencia, como un cuerpo, ¿dónde empieza un cuerpo? en el mismo lugar que empiezan y terminan los cuentos de Murakami: en la juventud. Todo es juventud con infinitos centros, en Murakami, todo es cuerpo con borde infinito, se dice lo que se dice y se oculta lo que se oculta, porque allá viene la ola, miren venir la ola, o miren venir al mono parlante que roba identidades si se concentra mucho, pero mucho, o mejor, piensen en un disco de Charlie Parker que nunca existió o en el rostro de un amor al que nunca le confiesarían nada. Eso es Murakami, ese es su mundo: aquello donde nunca termina de suceder, como un círculo que no termina de cerrarse, porque no tiene circunferencia, como un texto que nunca termina de escribirse, porque ya está escrito desde mucho, mucho tiempo antes. Porque Murakami, en algún punto inexacto, encontró una maquinita imposible. La maquinita de las palabras justas, la maquinita que escribe sola: es inconcebible que alguien tenga, sino, la capacidad de la exactitud y también la capacidad de la belleza. Murakami es un perro y un pájaro y una máquina y es también un círculo sin circunferencia. Murakami es lo que quiera ser, porque así son los que narran.

Patricio Cerminaro

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